Sin hormonas, ¿no hay paraíso?
El ciclo menstrual femenino es, todavía para muchas mujeres, algo desconocido que se limita a los días de menstruación. Somos desconocidas para nosotras mismas y por ello consentimos que los procesos naturales de nuestro cuerpo se traten como un estigma a invisibilizar y como una enfermedad que urge controlar y tratar mediante fármacos nada saludables que nos desvinculan completamente de nuestra naturaleza.
Que la industria farmacéutica es uno de los pilares de esta sociedad (y no precisamente en el buen sentido) no es ningún secreto, como tampoco lo es su clara influencia sobre la medicina convencional. Teniendo en cuenta esto no es de extrañar que los/as médicos/as recomienden con suma facilidad los métodos anticonceptivos hormonales a las mujeres, en especial a las jóvenes, predicando las mil maravillas de éstos y obviando como afectan a nuestros cuerpos.
Nadie nos enseña lo que supone ser cíclicas, ni siquiera nos explican que lo somos; por tanto, desconocemos por completo cómo enfrentarnos a la vida siendo diferentes en la mayoría de aspectos prácticamente cada semana. Esto nos hace aceptar lo que nos cuentan, pues nuestra naturaleza nos juega malas pasadas, no nos entendemos ni nosotras mismas, así que la idea de anestesiarnos y vivir ajenas a nuestros cuerpos no es algo que nos parezca mal. A priori.
Tomar píldoras anticonceptivas o usar el anillo vaginal, entre otros, es algo que nos protege de forma eficaz contra embarazos no deseados y nos permite gozar de la sexualidad de forma despreocupada (si no tenemos en cuenta las enfermedades de transmisión sexual, claro) y además no requiere mucho esfuerzo por nuestra parte. Como por arte de magia se acabaron el descontrol de fechas, el dolor y la mayoría de síntomas a los que la menstruación nos tiene acostumbradas. ¡Qué maravilla, qué comodidad! ¡Y por un módico precio que oscila entre los 10 y los 15 euros mensuales! Pero… ¿es ese el único precio?
El lado oscuro de los anticonceptivos hormonales, como el de la mayoría de las cosas, no nos lo explican. Atiborrarnos de hormonas produce alteraciones en nuestro cuerpo: hinchazón de los pechos, retención de líquidos, aumento/pérdida drástica de peso, aparición de hongos vaginales, posibles problemas de fertilidad tras el consumo continuado, son sólo algunos ejemplos. No ovulamos, por tanto nuestro cuerpo no realiza su ciclo natural. Restamos anestesiadas de tal forma que vivimos ajenas a él. El flujo menstrual que nos mancha las braguitas cada mes está muy lejos de ser flujo menstrual, pues sin óvulo no hay endometrio; es una especie de tinte que nuestro cuerpo expulsa puntualmente cada 28 días para que confirmemos que todo funciona como debe funcionar y sigamos cómodamente con nuestras vidas.
Las mujeres hemos sido históricamente dueñas de nuestros ciclos y de nuestra maternidad sin la necesidad de someternos a los laboratorios, y eso nos hace fuertes porque conocernos conlleva conocer nuestro poder y usarlo a nuestro favor. Nada de lo que nuestro cuerpo trae de serie atenta contra nosotras. El síndrome premenstrual y el dolor menstrual son, en la mayoría de los casos, formas que usa el cuerpo para avisarnos de que hay algo que no estamos haciendo bien. Con el descanso, el mimo y la alimentación correctos el cuerpo reacciona y se convierte en nuestro aliado.
Para comprobar que esto es cierto os invito, mujeres, a escuchar a vuestro cuerpo y a dialogar con él. Apuesto a que éste tiene mucho que decir.
Autora: Lara Manzanera López. Terapeuta energética y de feminidad. www.energiaenfemenino.es